Finalizamos este particular homenaje a los abogados de Atocha, recordando a las víctimas que resultaron heridas esa fatídica noche.
Ellos se enfrentaron a la necesidad de sobreponerse varias veces: recuperarse de la experiencia de aquella noche y aceptar sobrevivir.
Hoy recordamos cuatro nombres, cuatro abogados que consiguieron sobrevivir a esa noche.
Dolores González, Lola, como la llamaban sus amigos, nacida en León en 1946, hija de comerciantes textiles. Estudió Derecho en la Universidad Complutense. En 1969 sufrió la pérdida de su novio Enrique Ruano, compañero de carrera, también militante del Frente de Liberación Popular, asesinado el 20 de enero a manos de policías de la Brigada Político-Social franquista. Unos años más tarde contrajo matrimonio con Francisco Javier Sauquillo.
Ambos comenzaron ejerciendo como abogados laboralistas de Comisiones Obreras, y trabajaban juntos en el despacho de la calle Españoleto, 13. Lola se especializó en la defensa de los trabajadores de RENFE y de Artes Gráficas y “en la Magistratura del Trabajo y en el Tribunal de Orden Público era, como se suele decir, puño de hierro en guante de seda, con su dulce aspecto y sus suaves maneras no dejaba pasar una y los abogados contrincantes la temían y respetaban” recuerda Héctor Maravall, compañero del despacho. La trágica noche del atentado, su marido falleció ante los ojos de Lola.
Ella logró sobrevivir a la matanza aunque los disparos le provocaron graves heridas en la cara. Como consecuencia de la lesión, no pudo hablar tras la detención de los asesinos, aunque sí pudo efectuar el reconocimiento.
Tras el atentado, trabajó en el Tribunal Económico Administrativo, y después en varios despachos laboralistas, pasando largos periodos en Cantabria, junto a su madre y amigos, hasta su jubilación en 2011. Fue presidenta de honor de la Fundación Abogados de Atocha, constituida en mayo de 2004.
Enero fue un mes implacable a lo largo de toda su vida. Lola falleció el 27 de enero de 2015 a los 68 años en Madrid.
Luis Ramos Pardo, madrileño, nacido en 1938. Se licenció en Derecho en la Universidad Complutense. Antes de comenzar a ejercer, fue vendedor y programador de máquinas de cálculo en Olivetti. Se integró en los despachos laboralistas del PCE en 1969, y tenía el suyo propio en Torrejón de Ardoz, donde asesoraba a los movimientos vecinales y llevaba casos de los trabajadores.
Era uno de los más veteranos en la reunión de Atocha 55, a sus 37 años entonces. La noche del atentado recibió un impacto en el abdomen del que le costó 900 días recuperarse, y por cuyo tratamiento contrajo una hepatitis.
Fue el primero que logró pedir auxilio desde la ventana. Sus allegados lo recuerdan sereno y silencioso. Continuó ejerciendo la abogacía hasta su muerte en el año 2005. Cuando los médicos le comunicaron que padecía cáncer y debía prepararse para asumir lo peor, les contestó que llevaba 27 años siendo un superviviente.
Miguel Sarabia Gil, logroñés de origen, nacido en 1926. Era junto a Ramos el más veterano en despacho de Atocha, aunque antes de dedicarse a la abogacía fue maestro en un colegio de enseñanza primaria y media. Los contenidos que impartía, alejados de los oficiales, le grajearon enfrentamientos con el régimen.
En 1962, con motivo de las huelgas, fue detenido por la Brigada Políctico-Social y condenado a dos años de cárcel en la Jurisdicción Militar, “conocía de cerca la cárcel, los juicios y toda aquella trama de los tiempos anteriores. Era un hombre comprometido en el trabajo, como si estuviese estrenando su título de abogado; con una ilusión muy grande”, cuentan sus amigos.
La noche del atentado consiguió huir por una de las puertas cuando comenzó el tiroteo, aunque recibió varios impactos. Cuando los asesinos se marcharon, localizó el único teléfono que aún funcionaba en la oficina y pidió ayuda.
Continuó vinculado al PCE, colaborando con las asociaciones de vecinos, y con su trabajo de abogado, estableciéndose en Usera. No abandonó nunca su primera vocación, la enseñanza, y en este barrio fundó también, junto a Jaime Ballesteros, un colegio –el Ramón Luján-, donde se impartían clase a niños y adultos.
Falleció el 20 de enero de 2007 a los 80 años, apenas 4 días después se conmemoraba el 30 aniversario del suceso al que logró sobrevivir.
Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell, nacido en Madrid 1947. Doctor en Derecho y Licenciado en Ciencias Económicas. Estudió en ICADE con Luis Javier Benavides, de quien se hizo gran amigo, y donde empezó a tomar contacto con el PCE y los movimientos antifranquistas.
En el atentado resultó herido en la pierna derecha. El cuerpo sin vida de Enrique Valdevira, que cayó sobre él, y un bolígrafo en el bolsillo de su camisa que le prestó Ángel Rodríguez atenuaron el resto de ráfagas de bala, salvándole la vida.
Tras la convalecencia, se incorporó de nuevo al despacho y continuó su trabajo hasta 1979. Junto con Manuela Carmena, llevaba el área de construcción. Después, fue profesor en las Universidades Complutense, de Valladolid y de Burgos. Actualmente, es profesor titular de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba. Es presidente de honor de la Fundación Abogados de Atocha, y compagina la docencia con la escritura en varias publicaciones que van desde temas políticos y jurídicos hasta la poesía.
En el Acto conmemorativo celebrado ayer en el Colegio, en el que se descubrió una placa en homenaje a las 9 víctimas de Atocha 55, Ruiz-Huerta la señalaba como un símbolo, “consciente de que vivimos en un mundo asediado por la violencia, espero que actos así nunca vuelvan a repetirse”.