Recordamos hoy la figura de Ángel Rodríguez Leal. Tenía entonces 25 años. Oriundo de Casasimarro (Cuenca), de padre emigrado a Suiza, vivía con su madre y su hermano en un piso en Entrevías.
Comenzó a estudiar Económicas en la Universidad Complutense de Madrid, compaginándolo con un empleo en Telefónica, pero fue despedido tras la huelga de 1976 y, al llevar su caso al despacho de la calle Atocha terminó trabajando allí, haciéndose cargo de las labores administrativas.
Era cargo sindical y miembro de CCOO. La mañana del 24 de enero de 1977 había acudido a una reunión del Sindicato Vertical a reclamar sus derechos, y sin saberlo, había coincidido con uno de sus asesinos, “es el último rostro que recuerdo de Ángel y que no podré olvidar. Estaba dándose perfecta cuenta de quién era el que le estaba apuntando”. Lo relata Ruiz-Huertas Carbonell, que además dice salvó la vida gracias a un bolígrafo Inoxcrom que le había prestado Ángel diciéndole que “le haría falta”; una bala impactó en él evitando una herida mortal.
Ángel ni siquiera iba a estar en la reunión de esa noche, estaba en el bar Brasilia, con la secretaria de Manuela Carmena entonces, Dolores Sancho, y compañeros de CCOO -entre los que se encontraba Joaquín Navarro, el hombre que buscaban los ejecutores-, pero recordó que se había dejado en el despacho un ejemplar del clandestino Mundo Obrero y regresó para cogerlo, atravesando la puerta apenas unos minutos antes que sus asesinos.